En este fragmento de mis memorias expreso el afecto que siento hacia los animales:
"Mi padre oficial era enterrador, como lo fue su padre, y a su vez el padre de su padre. Y como luego lo ha sido mi hermano mayor, Craig, que ya de niño demostró cualidades innatas para la profesión: no había animal que se salvara de ser enterrado por él si caía en sus manos. El pobre era tan despistado que no comprobaba nunca si los animalitos estaban muertos antes de darles sepultura, a pesar de que mi padre oficial insistía en que lo verificara de una manera sencilla: bastaba con darles un certero golpe con la pala en la cabeza; si no se movían, quedaba confirmado que ya habían fallecido, y si daban todavía señales de vida, no había más que seguir dando golpes con la pala hasta que dejaran de hacerlo. No hay mayor atrocidad que enterrar a un animal vivo. Pero a Craig siempre se le olvidaba. Cosas de chicos".
Como veis, os sigo abriendo mi corazón.
